Demócrito
fue tan famoso en su época como lo serían otros filósofos de la importancia de Platón o de Aristóteles y debió de ser uno de los autores más prolíficos de la Antigüedad. Diógenes Laerciole atribuyó multitud de libros, y Cicerón alabó su estilo. Desgraciadamente, todas sus obras se han perdido; solamente nos han llegado fragmentos de algunas de ellas, en su mayoría de las dedicadas a la ética, pese a que se le atribuyeron diversos tratados de física, matemáticas, música y cuestiones técnicas.
Demócrito era algo más joven que su famoso conciudadano Protágoras, con el que solía conversar, y falleció según fuentes autorizadas hacia los cien años de edad. Realizó al parecer largos viajes de estudio por Egipto y Asia; sin embargo, nada sabemos con certeza de ello, ni tampoco en cuanto a sus relaciones con los seguidores de Pitágoras, con el ambiente ateniense y con el célebre médico Hipócrates, puesto que las fuentes antiguas sólo nos han transmitido acerca de Demócrito las acostumbradas fantasías. La tradición lo retrata, en oposición a Heráclito, como el filósofo que se ríe de las locuras humanas, lo cual acaso se deba a la serenidad y facilidad de adaptación manifestadas por Demócrito en su ética.
En ocasiones se ha señalado a Demócrito como el fundador del atomismo, negando incluso la existencia de su verdadero creador, Leucipo. En realidad, Demócrito desarrolló la doctrina atomista de su maestro Leucipo, quien había formulado ya sus principios fundamentales, e incluso es probable que, en tal desarrollo, existiese una colaboración intelectual entre ambos.
El atomismo de Demócrito
Según la doctrina atomista, el universo está constituido por innumerables corpúsculos o átomos de magnitud imperceptible y sustancialmente idénticos, indivisibles («átomo» significa, en griego, inseparable), ingenerados, eternos e indestructibles, que se encuentran en movimiento en el vacío infinito y difieren entre sí únicamente en cuanto a sus dimensiones, su forma y su posición. A diferencia, pues, de las homeomerías de Anaxágoras, todos los átomos son cualitativamente idénticos.
La inmutabilidad de los átomos se explica por su solidez interior, sin vacío alguno, ya que todo proceso de separación se entiende producido por la posibilidad de penetrar, como con un cuchillo, en los espacios vacíos de un cuerpo; cualquier cosa sería infinitamente dura sin el vacío, el cual es condición de posibilidad del movimiento de las cosas existentes.
Para Demócrito, todo cuanto hay en la naturaleza es combinación de átomos y vacío: los átomos se mueven de una forma natural e inherente a ellos y, en su movimiento, chocan entre sí y se combinan cuando sus formas y demás características lo permiten; las disposiciones que los átomos adoptan y los cambios que experimentan están regidos por un orden causal necesario.
En el universo, las colisiones entre átomos dan lugar a la formación de torbellinos a partir de los que se generan los diferentes mundos, entre los cuales algunos se encuentran en proceso de formación, mientras que otros están en vías de desaparecer. Los seres vivos se desarrollan a partir del cieno primitivo por la acción del calor, relacionado con la vida como también lo está el fuego; de hecho, los átomos del fuego y los del alma son de naturaleza similar, más pequeños y redondeados que los demás.
La ética de Demócrito se basa en el equilibrio interno, conseguido mediante el control de las pasiones por el saber y la prudencia, sin el recurso a ninguna idea de justicia o de naturaleza que se sustraiga a la interacción de los átomos en el vacío. Según Demócrito, la aspiración natural de todo individuo no es tanto el placer como la tranquilidad de espíritu (eutimia); el placer debe elegirse y el dolor, evitarse, pero en la correcta discriminación de los placeres radica la verdadera felicidad.
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